Uno de los aspectos que cualquier diseñador de artes gráficas debe tener más en cuenta a la hora de diseñar un producto en el que vaya a aparecer cualquier tipo de imagen es el de la calidad de la misma y su resolución. En un mundo digital como el nuestro, hablar de resolución de una imagen es hablar de píxeles. Y es que es en píxeles por pulgada (ppi/ppp) o en píxeles por milímetro (ppm), si deseáramos ceñirnos al sistema métrico, como se mide la resolución de una imagen.

Quien desea subir una imagen a la red debe hacerlo, al menos, con una resolución de 72 ppp. Con esa resolución ya podremos ver una imagen correcta en una pantalla con una resolución de 800×600 píxeles. Pero… ¿y si la imagen está destinada a aparecer en un producto impreso? ¿Cuál debería ser entonces su resolución? La cifra que suele recomendarse para obtener un resultado óptimo al imprimir una imagen es de 300 ppp. ¿Se pueden utilizar resoluciones menores a esta cifra? Por supuesto, pero la imagen impresa perderá calidad cuanto menor sea dicha cifra y, en cualquier caso, no se recomienda que la resolución de una imagen destinada a ser impresa sea menor de 150 ppp.

El escalado de imágenes

Cuando escaneamos una imagen o la capturamos con la cámara digital, el número de píxeles de la imagen es una cantidad fija. Si esa imagen la ampliamos en una aplicación de edición de imágenes como puede ser Photoshop, estamos haciendo que el programa genere la información que falta con datos “inventados” a partir de un algoritmo específico. Este proceso recibe el nombre de interpolación y programas como Photoshop lo llevan a cabo realizando un promedio de píxeles adyacentes. Esta interpolación, llamada interpolación bicúbica, está corregida en el Photoshop, para conseguir un leve enfoque en el resultado final que minimice en la medida de lo posible la reducción de resolución inherente al hecho mismo de aumentar el tamaño de la imagen.

Cuando pretendemos que una aplicación de tratamiento de imágenes digitalizadas mantenga el tamaño de las mismas pero aumente la resolución la estamos “obligando” a que se “invente” píxeles. Esto, en determinados casos, puede provocar que la imagen final tenga una imagen más pobre que la original, bien sea por la pérdida de datos bien por el desenfoque generalizado de la ilustración.

Es complicado crear algo de la nada y lo que hemos hecho al aumentar la resolución de la imagen mediante el programa de tratamiento de imágenes es obligar a una aplicación a crear píxeles. Así, teniendo en cuenta las limitaciones que nos impone la resolución de una imagen, hay que prever de qué manera se va a utilizar esa imagen y ajustar los porcentajes de adquisición en consecuencia. Si la imagen contiene un fondo sin demasiado detalle (una suave puesta de sol, por ejemplo), puede escalarse un 150-200 %, pero lo ideal es que los márgenes de escalado para aumentar la imagen no sobrepasen los límites de un 120 o 125 %. Si se requiere mantener detalles muy pequeños, lo mejor es no llegar a esas cifras.

Por su parte, el escalado hacia abajo (la reducción de la imagen) también requiere interpolación. En este caso puede ser que la pérdida de datos no sea tan evidente, pero seguramente será necesario realizar algún tipo de ablandamiento de la imagen. Este proceso suele utilizarse cuando tenemos imágenes de alta calidad con un tamaño de píxeles importante. Lógicamente, siempre que sea posible es conveniente tener una imagen a la máxima resolución y al mayor tamaño de imagen en píxeles posibles.

Una interpolación a la baja siempre supondrá un resultado final de mayor calidad y definición que una interpolación al alta. Lo ideal, sin embargo, es saber muy claramente cuál será la aplicación final de la imagen y sus dimensiones reales para, así, hacer que se ajuste a ese tamaño cuando la estemos trabajando.

Si la imagen final va a ir destinada a la impresión con una impresora, por norma general se suele utilizar la siguiente fórmula: la resolución de entrada de la imagen debe ser el doble del valor de las líneas por pulgada (lpi) que es capaz de imprimir la impresora. De esta forma obtendremos una calidad máxima. Por ejemplo, si nuestra impresora tiene una capacidad de 150 lpi deberemos escanear a una resolución de 300 ppp.

Consejos para trabajar las imágenes en pantalla

Un consejo muy útil a la hora de enfrentarse al diseño de un documento que incluya imágenes que deban ir destinadas a la impresión (sobre todo si no se tiene muy claro de antemano el tamaño final que tendrá la imagen impresa y se tiene que experimentar sobre ese aspecto capital) es la de trabajar inicialmente con imágenes FPO.

Las siglas FPO significan For Position Only (sólo para mostrar posición) y hacen referencia a una imagen que se utiliza en el diseño única y exclusivamente como marcador de posición. Esta imagen es una imagen de baja resolución que, en el proceso final, se reemplazará por una imagen de alta resolución cuando se vaya a dar salida final al documento. La utilización de esta imagen FPO permite agilizar la tarea durante los trabajos de autoedición.

Otra posibilidad a la hora de experimentar con el tamaño de la imagen sería la de capturar dos versiones de la misma imagen, una mayor y otra menor, para, con ellas, disponer de una cierta flexibilidad de escala.

Una práctica muy común y extendida actualmente dentro del proceso de edición en artes gráficas es la de la utilización del sistema OPI (Open Pre-press Interface). Destinado a aumentar la velocidad en los procesos en el flujo de impresión y filmación, este proceso consta de los siguientes pasos:

  1. Las imágenes en alta resolución se almacenan en un servidor OPI, que automáticamente genera una imagen en baja resolución.
  2. El dispositivo guarda esta imagen en baja resolución en una carpeta del mismo servidor. Estas imágenes de baja resolución serán las que se usan durante el proceso de montaje en los documentos y con las que trabaja el diseñador/maquetista del documento.
  3. Cuando el documento se envía a imprimir, filmar o fijar en plancha las imágenes de baja resolución son sustituidas directamente por las de alta resolución y enviadas a la impresora, filmadora o CTP.

La versión menos modernizada de este proceso sería la del diseñador que trabaja con sus propias capturas FPO y entrega a la empresa encargada de la impresión del documento las diapositivas, ilustraciones originales, contactos fotográficos, etc. para que el impresor se encargue de sustituir las imágenes de baja resolución que aparecen en el diseño por la imagen final a la resolución y tamaño adecuado.

Este sistema, lógicamente, tiene sus pegas. Dejando de lado la confianza total que el diseñador o cliente debe depositar en la profesionalidad del impresor (que siempre se da por supuesta), hay que tener en cuenta que cualquier retoque, corrección de color, composición o combinado de siluetas que se realizara en las imágenes de baja resolución deberían realizarse, a posteriori, en las imágenes de alta resolución.